jueves, 26 de noviembre de 2015

El Papa advierte a sacerdotes y consagrados sobre el pecado que hace vomitar a Dios

El Papa advierte a sacerdotes y consagrados sobre el pecado que “hace vomitar a Dios”


Papa Francisco llegando al encuentro con sacerdotes, religiosos, y seminaristas de Kenia / Foto: L'Osservatore Romano
Papa Francisco llegando al encuentro con sacerdotes, religiosos, y seminaristas de Kenia 

NAIROBI, 26 Nov. 15 / 09:33 am (ACI).- El Papa Francisco improvisó un discurso en español hoy en su encuentro con el clero, religiosos, religiosas y seminaristas para hablarles “de mi corazón a ustedes”. En el mensaje, el Santo Padre les advirtió sobre un pecado “que le da asco a Dios” y le hace vomitar.
El Santo Padre recordó que “San Pablo le decía a sus discípulos ‘acordate de Jesucristo, acordate de Jesucristo crucificado’”, y señaló que “cuando un consagrado, una consagrada, un sacerdote se olvida de Cristo crucificado, pobrecito, cayó en un pecado muy feo, un pecado que le da asco a Dios, que hace vomitar a Dios, el pecado de la tibieza”.
“Queridos sacerdotes, hermanas, hermanos, cuiden de no caer en el pecado de la tibieza”, exhortó el Papa.
Francisco pidió a los sacerdotes y consagrados que “nunca se alejen de Jesús. Esto quiere decir que nunca dejen de orar. ‘Padre, pero a veces es tan aburrido orar, uno se cansa, se duerme’. Dormite delante del Señor, es una manera de rezar, pero quédate ahí delante del Señor, rezá, no dejes la oración”.
El Papa advirtió que “si un consagrado deja la oración, el alma se seca, como esos higos ya secos, son feos, tienen una apariencia fea. El alma de una religiosa, de un religioso, de un sacerdote que no reza es un alma fea. Perdón, pero es así”.
El Santo Padre alentó a cuestionarse si “¿yo le quito tiempo al sueño, le quito tiempo a la radio, a la televisión, a las revistar para rezar? ¿O prefiero lo otro, ponerse delante de aquel que empezó la obra y que la está terminando en cada uno de ustedes?”.
El Papa subrayó que Jesús “comenzó su obra el día en que nos miró en el bautismo, el día que nos miró después, cuando nos dijo ‘si tenés ganas, vení conmigo’, y bueno ahí nos metimos en fila y empezamos el camino, pero el camino lo empezó Él, no nosotros”.
Además, Francisco precisó que “en el seguimiento de Jesucristo sea en elsacerdocio, sea en la vida consagrada, se entra por la puerta, la puerta es Cristo, Él llama, Él empieza, Él va haciendo el trabajo”.
“Hay algunos que quieren entrar por la ventana. No sirve eso”, indicó, y pidió que “si alguno ve que un compañero o una compañera entró por la ventana, abrácelo, y explíquele que mejor que se vaya y que sirva a Dios en otro lado, porque nunca va a llegar a término una obra que no empezó Jesús por la puerta”.
Esto, destacó, “nos tiene que llevar a una conciencia de elegidos. Yo fui mirado, yo fui elegido”.
“Me impresiona el comienzo del Capítulo 16 de Ezequiel: ‘Eras hijo de extranjeros, estabas recién nacido y tirado. Yo pasé, te limpié y te llevé conmigo’. Ese es el camino, esa es la obra que el Señor comenzó cuando nos miró”.
El Papa señaló que hay algunas personas “que no saben para qué Dios los llama, pero sienten que Dios los llamó. Vayan tranquilos, Él les hará comprender para qué los llamó”.
“Hay otros que quieren seguir al Señor pero con interés, por interés”, advirtió el Santo Padre y recordó el caso “de la mamá de Santiago y Juan, ‘Señor te quiero pedir que cuando partas la torta le des la parte más grande a mis dos hijos, uno a tu derecha y otro a tu izquierda’”.
“Está la tentación de seguir a Jesús por ambición, ambición de dinero, ambición de poder”, indicó, y subrayó que “en la vida del seguimiento de Jesús no hay lugar ni para la propia ambición ni para las riquezas ni para ser una persona importante en el mundo”.
“A Jesús se lo sigue hasta el último paso de su vida terrena: la cruz. Después Él se encarga de resucitarte, pero hasta ahí anda vos”, señaló.
El Papa aseguró que “la Iglesia no es una empresa, no es una ONG, la Iglesia es un misterio, es el misterio de la mirada de Jesús sobre cada uno, que le dice ‘vení’”.
El Santo Padre también destacó que “evidentemente que Jesús cuando nos elige no nos canoniza. Seguimos siendo los  mismos pecadores”.
“Todos somos pecadores. Yo el primero, después ustedes. Pero nos lleva adelante la ternura y el amor de Jesús”, dijo.
“¿Ustedes se acuerdan en el Evangelio cuando lloró el apóstol Santiago? ¿Y cuándo lloró el apóstol Juan? ¿Y cuándo lloró algún otro apóstol? Uno solo, nos dice el Evangelio que lloró, el que se dio cuenta que era pecador. Tan pecador era que había traicionado a su Señor. Y cuando se dio cuenta de eso, lloró”, dijo Francisco, y señaló que “después Jesús lo hizo Papa. ¿Quién entiende a Jesús? Un misterio”.
“Nunca dejen de llorar”
El Papa alentó además a los sacerdotes y consagrados a que “nunca dejen de llorar”, pues “cuando a un sacerdote, a un religioso, religiosa, se le secan las lágrimas, algo no funciona”.
“Llorar por la propia infidelidad, llorar por el dolor del mundo, llorar por la gente que está descartada, por los viejitos abandonados, por los niños asesinados, por las cosas que no entendemos, llorar cuando nos preguntan: ¿por qué?”, alentó Francisco.
“Ninguno de nosotros tiene todos los porqué, todas las respuestas a los porqués”, dijo, e indicó que “cada vez que yo saludo a un niño con cáncer, con tumor, con una enfermedad rara, como se llaman ahora, pregunto por qué sufre este niño, y yo no tengo respuesta para eso. Solamente miro a Jesús en la cruz”.
“Hay situaciones en la vida que solo nos llevan a llorar mirando a Jesús en la cruz y esa es la única respuesta para ciertas injusticias, para ciertos dolores, para ciertas situaciones en la vida”, señaló.
Servir y no hacerse servir
El Papa reiteró que “todo el que se dejó elegir por Jesús es para servir, para servir al pueblo de Dios. Para servir a los más pobres, los más descartados, los más humildes, para servir a los niños y a los ancianos, para servir también a la gente que no es consciente de la soberbia y del pecado que lleva adentro”.
“Dejarse elegir por Jesús es dejarse elegir para servir. No para hacerse servir”, señaló.
Francisco recordó que “hace un año más o menos hubo un encuentro de sacerdotes” para unos ejercicios espirituales. En esa ocasión, “cada día había un turno de sacerdotes que tenía que servir a la mesa”.
“Algunos de ellos se quejaron: ‘no, nosotros tenemos que ser servidos, nosotros pagamos, podemos pagar para que nos sirvan’. Por favor nunca eso en la Iglesia”, pidió el Papa.
Cerca del final de su discurso improvisado en español, Francisco aseguró que se emociona cuando después de una Misa saluda a sacerdotes y religiosas que durante décadas sirven en hospitales o en misiones lejanas.
“Me toca el alma. Esta mujer o este hombre entendió que seguir a Jesús es servir a los demás y no servirse de los demás”, dijo.
El Papa concluyó agradeciendo a los sacerdotes, religiosas, religiosos y seminaristas por “animarse a seguir a Jesús”.
“Gracias por cada vez que se sienten pecadores. Gracias por cada caricia de ternura que le dan a los que los necesitan. Gracias por todas las veces que ayudaron a morir en paz a tanta gente. Gracias por quemar la vida en la esperanza. Y gracias por dejarse ayudar y corregir y perdonar todos los días”, dijo.
“Y les pido al darles gracias que no se olviden de rezar por mí, porque yo lo necesito”, concluyó.
Fuente: AciPrensa
Publicado por: O.Revette 26.11.2015 4:59pm
Pastoral de Comunicación Social SCB y 
Apostolado de Comunicación Social de la Pastoral Familiar SCB

sábado, 7 de noviembre de 2015

Es triste ver a sacerdotes y obispos apegados al dinero "Papa Francisco"

Papa Francisco: Es triste ver a sacerdotes y obispos apegados al dinero


El Papa pronuncia la homilía en la Misa / Foto: L'Osservatore Romano

VATICANO, 06 Nov. 15 / 06:45 am (ACI).- El Papa Francisco mostró esta mañana su preocupación por los sacerdotes y obispos que están apegados al dinero. En la homilía que pronunció en la Casa Santa Marta meditó así sobre el Evangelio de la liturgia en unos días en los que se habla del contenido de la publicación de dos libros que intentarían demostrar el mal uso que el Vaticano hace del dinero.
“También en la Iglesia hay de estos que en lugar de servir, de pensar en los otros, de sentar las bases, se sirven de la Iglesia: los carreristas, los apegados al dinero”, afirmó Francisco.
“Y cuántos sacerdotes, obispos hemos visto así. Es triste decirlo, ¿no? La radicalidad del Evangelio, de la llamada de Jesucristo es servir, estar al servicio, no detenerse, ir siempre más allá, olvidándose de sí mismo”.
El Papa dijo que esta “es la comodidad del status: ‘yo he alcanzado un status y vivo cómodamente sin honestidad, como esos fariseos de los que habla Jesús que se paseaban en las plazas, haciéndose ver por los otros”.
Existen por tanto “dos imágenes de los cristianos, dos imágenes de sacerdotes, dos imágenes de religiosas. Dos imágenes”. Y Jesús “nos hace ver este modelo en Pablo, en esta Iglesia que nunca está parada”, sino que “siempre va adelante y nos hace ver que ese es el camino”.
Porque “cuando la Iglesia es tibia, está cerrada en sí misma, comercia tantas veces, esto no se puede decir: que sea una Iglesia ‘ministra’, que esté al servicio, sino que se sirve de los otros”.
El Papa explicó que “existen dos figuras: la de servir y la de ser servido”. Comentando la lectura de San Pablo afirmó que el apóstol “se donó todo él al servicio, siempre” hasta que llegó a Roma y “traicionado por algunos de los suyos” fue después “condenado”. “Él se enorgullecía de servir, de ser elegido, de tener la fuerza del Espíritu Santo”.
“Administraba, sentando las bases, es decir, anunciando a Jesucristo”, añadió Francisco.
Francisco relató que en el Evangelio se observa a otro siervo “que en lugar de servir a los otros se sirve de los otros”. “Hemos leído lo que ha hecho este siervo, con cuanta perspicacia se ha comportado para permanecer en su puesto”.
Sin embargo, el Apóstol “nunca se detenía para obtener ventaja de un puesto, de una autoridad, de ser servido”, sino que él mismo era el que servía, manifestó Francisco.
“Yo os digo cuanta alegría tengo, yo, que me conmuevo, cuando a esta Misavienen algunos sacerdotes y me saludan: ‘Oh padre, he venido aquí a encontrar a los míos, porque desde hace 40 años soy misionero en el Amazonas’. O una religiosa que dice: ‘No, yo trabajo desde hace 30 años en un hospital en África’. O cuando encuentro a la hermana que desde hace 30 o 40 años está en la sala del hospital con los discapacitados, siempre sonriente. Esto se llama servir, esta es la alegría de la Iglesia: ir a los demás, siempre; ir a los demás y dar la vida. Esto es lo que ha hecho Pablo: servir”.
Al terminar, el Papa pidió “que el Señor nos de la gracia que le ha dado a Pablo, ese punto de honor de ir siempre adelante, siempre, renunciando a las propias comodidades tantas veces, y que os salve de las tentaciones, de estas tentaciones que en el fondo son tentaciones de una doble vida: me hago ver como un ministro, es decir, como el que sirve, pero en el fondo me sirvo de los otros”. 
Las Lecturas sobre las que reflexionó el Papa fueron las siguientes:
Primera Lectura: Romanos 15,14-21
Respecto a vosotros, hermanos, yo personalmente estoy convencido de que rebosáis de buena voluntad y de que os sobra saber para aconsejaros unos a otros. A pesar de eso, para traeros a la memoria lo que ya sabéis, os he escrito, a veces propasándome un poco. Me da pie el don recibido de Dios, que me hace ministro de Cristo Jesús para con los gentiles: mi acción sacra consiste en anunciar el Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios. En Cristo Jesús estoy orgulloso de mi trabajo por Dios. Sería presunción hablar de algo que no fuera lo que Cristo hace por mi medio para que los gentiles respondan a la fe, con mis palabras y acciones, con la fuerza de señales y prodigios, con la fuerza del Espíritu de Dios. Tanto, que en todas direcciones, a partir de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, lo he dejado todo lleno del Evangelio de Cristo. Eso sí, para mí es cuestión de amor propio no anunciar el Evangelio más que donde no se ha pronunciado aún el nombre de Cristo; en vez de construir sobre cimiento ajeno, hago lo que dice la Escritura: “Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído hablar comprenderán”.
Evangelio: Lucas 16,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido’. El administrador se puso a echar sus cálculos: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa’. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo dijo al primero: ‘Cuánto debes a mi amo?’ Éste respondió: ‘Cien barriles de aceite’. Él le dijo: ‘Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta’. Luego dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’ Él contestó: ‘Cien fanegas de trigo’. Le dijo: ‘Aquí está tu recibo, escribe ochenta’. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.
Fuente: AciPrensa
Publicado por: O.Revette 07/11/2015 07:38am
Pastoral de Comunicación Social SCB y 
Apostolado de Comunicación Social de la Pastoral Familiar SCB

viernes, 6 de noviembre de 2015

La vida es un don que debe ser protegido y defendido "Papa Francisco"

El Papa Francisco recuerda que la vida es un don que debe ser protegido y defendido


El Papa pronuncia un discurso / Foto: L'Osservatore Romano

VATICANO, 06 Nov. 15 / 08:49 am (ACI).- La defensa de la vida humana debe ser una prioridad para los cristianos puesto que es “un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación”. “Para los discípulos de Cristo, ayudar a la vida humana significa ir al encuentro de las personas que están en la necesidad, ponerse a su lado, hacerse cargo de su fragilidad y de su dolor, para que puedan recuperarse”.
La Sala Regia del Palacio Apostólico acogió esta mañana una audiencia del Papa Francisco a los participantes del Congreso Nacional Italiano de Centros de Ayuda a la Vida que se celebra estos días en Roma.
“Si de una parte no parece práctico un camino educativo para la acogida de los seres débiles que nos rodean (…) cuando no se da protección a un embrión humano, de otra parte la vida humana misma es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación”, dijo Francisco citando su encíclica Laudato Si’.
El Pontífice les animó “a proseguir vuestra importante labor en favor de la vida desde la concepción hasta su muerte natural, teniendo en cuenta las condiciones de sufrimiento que tantos hermanos y hermanas deben afrontar”.
“En las dinámicas existenciales todo está en relación, y se debe fomentar la sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida y hacia aquellas situaciones de pobreza y de explotación que golpean a las personas más débiles y desfavorecidas”, dijo Francisco.
El Papa también destacó que el servicio que prestan todos ellos no es solo social, sino también “debido y noble”.
El Papa señaló que las familias, los ancianos y los jóvenes tienen numerosos sufrimientos y “heridos en el cuerpo y en el espíritu, son iconos de ese hombre bueno del Evangelio que, recorriendo el camino desde Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los ladrones que le robaron y le golpearon”.
“Él experimentó primero la indiferencia de algunos y después la proximidad del Buen Samaritano”.
“También en nuestro tiempo hay muchos heridos a causa de los ladrones de hoy, a los que les despojan no solo de sus pertenencias, sino también de su dignidad”.
Por eso, “frente al dolor y a la necesidad de estos hermanos nuestros indefensos, algunos les dan la espalda o se alejan, mientras que otros se detienen y responden con dedicación generosa a su grito de ayuda”.
Francisco les dijo que ellos imitan al Buen Samaritano y “ante las formas de amenaza a la vida humana, ustedes están en la fragilidad del prójimo, ustedes se han dedicado a ellos para que en la sociedad no sean excluidos y descartados cuantos viven en condiciones de precariedad”.
Por otro lado, les invitó a no cansarse “de realizar obras por la tutela de las personas más indefensas, que tienen el derecho de nacer a la vida, como también de cuantos piden una existencia más sana y digna”.
“Se necesita trabajar, a diversos niveles y con perseverancia, en la promoción y en la defensa de la familia, primer recurso de la sociedad, sobre todo en referencia al don de los hijos y a la afirmación de la dignidad de la mujer”.
El Pontífice agradeció que ellos acojan a todos independientemente de su religión o nacionalidad. “El gran número de mujeres, especialmente inmigrantes, que se dirigen a vuestros centros demuestra que cuando se ofrece una ayuda concreta, la mujer, a pesar de los problemas y condicionamientos, está en grado de hacer triunfar dentro de sí el sentido del amor, de la vida y de la maternidad”. 
Antes de concluir, el Papa les pidió también cuidar de su espiritualidad y dijo que el próximo Jubileo de la Misericordia será una ocasión propicia para ello. 
Fuente: AciPrensa
Publicado por: O.Revette 06/11/2015 03:50pm
Pastoral de Comunicacion Social SCB

miércoles, 4 de noviembre de 2015

San Juan Pablo II Sobre San Carlos Borromeo, su Patrono en su pontificado

San Carlos Borromeo (Caricuao Caracas Venezuela) 
Foto: O.Revette


Hoy es fiesta de San Carlos Borromeo, Patrono de San Juan Pablo II

JUAN PABLO II


AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 4 de noviembre de 1981


El encuentro pastoral del Papa con los fieles se desarrolló en dos tiempos sucesivos. El primero, en la basílica de San Pedro, donde se hallaban congregados todos los peregrinos de lengua alemana.  El segundo tiempo de la audiencia tuvo lugar en laSala "Pablo VI",

Sala Pablo VI

1. Hoy, 4 de noviembre, la Iglesia recuerda, como todos los años, la figura de San Carlos Borromeo, obispo y confesor. Puesto que he recibido en el bautismo precisamente el nombre de este Santo, deseo dedicarle la reflexión de la audiencia general de hoy, haciendo referencia a todas las precedentes reflexiones del mes de octubre. En ellas he tratado —tras unos meses de intervalo, a causa de la estancia en el hospital— de compartir con vosotros, queridos hermanos y hermanas, los pensamientos que nacieron en mí bajo el influjo del evento del 13 de mayo. La reflexión de hoy se inserta también en esta trama principal. A todos aquellos que en el día de mi Santo Patrono se unen a mí en la oración, deseo repetir una vez más las palabras de la Carta a los Efesios, que ya cité el miércoles pasado: Orad "por todos los santos, y por mí, a fin de que cuando hable me sean dadas palabras con que dar a conocer con libertad el misterio del Evangelio, del que soy embajador..." (Ef 6, 18-20).

2. San Carlos es precisamente uno de esos Santos, a quien le fue dada la palabra "para dar a conocer el Evangelio", del cual era "embajador", habiendo heredado su misión de los Apóstoles. El realizó esta misión de modo heroico con la entrega total de sus fuerzas. La Iglesia le miraba y, al mirarle, se edificaba: en una primera época, en el período del Concilio Tridentino, en cuyos trabajos participó activamente desde Roma, soportando el peso de una correspondencia nutrida, colaborando para llevar a feliz éxito la fatiga colegial de los padres conciliares, según las necesidades del Pueblo de Dios de entonces. Y se trataba de necesidades apremiantes. Luego, el mismo cardenal, como arzobispo de Milán, sucesor de San Ambrosio, se convierte en el incansable realizador de las resoluciones del Concilio. traduciéndolas a la práctica mediante diversos Sínodos diocesanos.

La Iglesia —y no sólo la de Milán— le debe una radical renovación del clero, a la cual contribuyó la institución de los seminarios, cuyo origen se remonta precisamente al Concilio de Trento. Y otras muchas obras, entre las cuales la institución de las cofradías, de las pías asociaciones, de los oblatos-laicos, que prefiguraban ya a la Acción Católica, los colegios, los hospitales para pobres, y finalmente la fundación de la Universidad de Brera en 1572. Los volúmenes de las "Acta Ecclesiae Mediolanensis" y los documentos que se refieren a las visitas pastorales, atestiguan esta intensa y clarividente actividad de San Carlos, cuya vida se podría sintetizar en tres expresiones magníficas: fue un Pastor santo, un maestro iluminado, un prudente y sagaz legislador.

Cuando, algunas veces en mi vida, he tenido ocasión de celebrar el Santísimo Sacrificio en la cripta de la catedral de Milán, donde descansa el cuerpo de San Carlos, se me presentaba ante los ojos toda su actividad pastoral dedicada hasta el fin al pueblo al que había sido enviado. Concluyó esta vida el año 1584, a la edad de 46 años, después de haber prestado un heroico servicio pastoral a las víctimas de la peste que habla afligido a Milán.

3. He aquí algunas palabras pronunciadas por San Carlos, indicativas de esa total entrega a Cristo y a la Iglesia, que inflamó el corazón y toda la obra pastoral del Santo. Dirigiéndose a los obispos de la región lombarda, durante el IV Concilio Provincial de 1576, les exhortaba así: "Estas son las almas para cuya salvación Dios envió a su único Hijo Jesucristo... El nos indicó también a cada uno de los obispos, que hemos sido llamados a participar en la obra de la salvación, el motivo más sublime de nuestro ministerio y enseñó que, sobre todo, el amor debe ser el maestro de nuestro apostolado, el amor que El (Jesús) quiere expresar por medio de nosotros, a los fieles que nos han sido confiados, con la predicación frecuente, con la saludable administración de los sacramentos, con los ejemplos de una vida santa... con un celo incesante" (cf. Sancti Caroli BorromeiOrationes XII, Romae 1963. Oratio IV).

Lo que inculcaba a los obispos y a los sacerdotes, lo que recomendaba a los fieles, él lo practicaba el primero de modo ejemplar.

4. En el bautismo recibí el nombre de San Carlos. Me ha sido otorgado vivir en los tiempos del Concilio Vaticano II, el cual, como antes el Concilio Tridentino, ha tratado de mostrar el sentido de la renovación de la Iglesia según las necesidades de nuestro tiempo. Pude participar en este Concilio desde el primer día hasta el último. Me fue dado también —como mi Patrono— pertenecer al Colegio Cardenalicio. Traté de imitarle, introduciendo en la vida de la archidiócesis de Cracovia las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

Hoy, día de San Carlos, medito la gran importancia que tiene el bautismo, en el que recibí precisamente su nombre. Con el bautismo, según las palabras de San Pablo, somos sumergidos en la muerte de Cristo para recibir de este modo la participación en su resurrección. He aquí las palabras que escribe el Apóstol en la Carta a los Romanos: "Con Él hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque, si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom 6, 4-5).

Mediante el bautismo, cada uno de nosotros recibe la participación sacramental en esa Vida que —merecida a través de la cruz— se ha revelado en la resurrección de nuestro Señor y Redentor. Al mismo tiempo, arraigándonos con todo nuestro ser humano en el misterio de Cristo, somos consagrados por primera vez en El al Padre. Se realiza en nosotros el primero y fundamental acto de consagración, mediante el cual, el Padre acepta al hombre como su hijo adoptivo: el hombre se entrega a Dios, para que en esta filiación adoptiva realice su voluntad y se convierta de manera cada vez más madura en parte de su Reino. El sacramento del bautismo comienza en nosotros ese "sacerdocio real", mediante el cual participamos en la misión de Cristo mismo, Sacerdote, Profeta y Rey.

El Santo, cuyo nombre recibimos en el bautismo, debe hacernos constantemente conscientes de esta filiación divina que se ha convertido en nuestra parte. Debe también ayudar a cada uno a formar toda la vida humana a medida de lo que ha sido hecho por obra de Cristo: por medio de su muerte y resurrección. He aquí el papel que San Carlos realiza en mi vida y en la vida de todos los que llevan su nombre.

5. El evento del 13 de mayo me ha permitido mirar la vida de modo nuevo: esta vida, cuyo comienzo está unido a la memoria de mis padres y simultáneamente al misterio del bautismo y al nombre de San Carlos Borromeo.Jn 12, 24).

¿Acaso no ha dicho Cristo: "El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará"? (Mt 16, 25).

Y además: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna" (Mt 10, 28).
Y también: "Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).

Todas estas palabras aluden a esa madurez interior, que la fe, la esperanza y la gracia de nuestro Señor Jesucristo hacen alcanzar en el espíritu humano.

Mirando mi vida en la perspectiva del bautismo, mirándola a través del ejemplo de San Carlos Borromeo, doy las gracias a todos los que hoy, en todo el período pasado, y continuamente, también ahora, me sostienen con la oración y a veces incluso con grandes sacrificios personales. Espero que, gracias a esta ayuda espiritual, podré alcanzar esa madurez que debe ser mi parte (así como también la de cada uno de nosotros) en Jesucristo crucificado y resucitado —para bien de la Iglesia y salvación de mi alma—, del mismo modo que ella fue la parte de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de tantos Sucesores de San Pedro en la Sede romana, a la cual, según las palabras de San Ignacio de Antioquía, corresponde "presidir en la caridad" (Carta a los Romanos, Inscr. Funk, Patres Apostolici, I, 252).


Basílica de San Pedro

Queridos hermanos y hermanas:

Aquí junto a la tumba de San Pedro, saludo lleno de alegría a todos los grupos y peregrinos de habla alemana. Un especial y cordialísimo saludo de bienvenida a la nutrida peregrinación de minusválidos del Servicio Auxiliar de Malta. Doy las gracias a los organizadores, acompañantes y ayudantes que han hecho posible este encuentro, y quiero también animar a cuantos padecen alguna dolencia o impedimento.

A vosotros, queridos hermanos y hermanas minusválidos, querría una vez más recomendaros para vuestra reflexión y vuestra oración lo que, hace ahora casi un año, os dije en Osnabrück cuando visité Alemania: «Como se nos ha demostrado siempre, la voluntad de Dios es para nosotros en última instancia un menaje de alegría, un mensaje para nuestra salvación eterna. Esto es también válido para vosotros que, como hombres físicamente impedidos, habéis sido llamados a un modo especial de seguimiento de Cristo, el seguimiento de la cruz. Cristo os invita... a aceptar vuestras debilidades como su yugo, como la senda que sigue sus huellas... Sólo vuestro pronto "sí" a la voluntad de Dios, que a menudo se escapa a nuestro modo natural de ver las cosas, puede haceros felices y regalaros ya desde ahora una íntima alegría que no puede ser anulada por ninguna necesidad externa». Os deseo fuerza y disponibilidad para este "sí" interior a vuestra personalísima vocación, y lo pido de todo corazón para vosotros como gracia especial de vuestra peregrinación a Roma.

La fiesta de hoy atrae ahora nuestra atención hacia el gran obispo y confesor de la fe, San Carlos Borromeo, cuyo nombre yo recibí en el bautismo. A cuantos se unen en la oración conmigo en la fiesta de hoy, quiero repetirles —como ya lo hice el pasado miércoles— las palabras de San Pablo en la Carta a los Efesios: "Rezad... por todos los santos, y también por mi, para que, al abrir mi boca, se me conceda la palabra para dar a conocer con franqueza el misterio del Evangelio..." (Ef 6, 18-20). Este servicio al Evangelio de Jesucristo lo realizó heroicamente San Carlos con todas sus fuerzas. Su celo pastoral y su infatigable entrega al Pueblo de Dios a él encomendado han sido siempre un ejemplo para mí.

La fiesta onomástica nos recuerda igualmente la gracia de nuestro bautismo, a través del cual hemos sido sepultados con Cristo para resucitar también con El de entre los muertos. Sólo si estamos dispuestos a caer en tierra, como el grano de trigo, y morir con Cristo, podemos realmente dar fruto. El mismo Cristo nos ha anunciado: "El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará" (Mt 16, 25). Pidamos unos para otros el coraje necesario para arriesgar como creyentes nuestra vida por Cristo y su Reino. Para ello, con mis mejores deseos de un día feliz y dichoso en la Ciudad Eterna, os imparto cordial-mente a todos vosotros mi bendición apostólica.


Saludos

Quiero empezar estas palabras en lengua española dirigiendo un saludo cordial a cada persona, familia o grupo de dicha lengua aquí presentes, en especial al grupo procedente de Rosas (Gerona). Pido para todos la fidelidad a las exigencias del propio bautismo.

Me invita a aludir a ese tema la fiesta de San Carlos, de quien recibí el nombre el día de mi bautismo. Con este sacramento nos convertimos en hijos de Dios, lo cual nos compromete a una vida coherente, de acuerdo con las enseñanzas de Cristo.

Agradezco a todos sus plegarias. Con ellas confío llegar también a través del sufrimiento que hube de experimentar tras el 13 de mayo último, a una mayor madurez interior —que debe ser real en todos— en Cristo crucificado y resucitado.

(A los peregrinos de lengua portuguesa)

Saludos cordiales a los peregrinos y oyentes de lengua portuguesa. Hoy, fiesta litúrgica de San Carlos cuyo nombre recibí en el bautismo, acabo de hacer algunas reflexiones sobre esta gran figura de la Iglesia encuadrándolas en las reflexiones presentadas durante el mes de octubre. Puesto que el suceso del 13 de mayo me ha permitido ver la vida de modo nuevo,esta vida cuyo comienzo está vinculado al recuerdo de mi país, al misterio del bautismo y al nombre de San Carlos. Dijo el Señor: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla" (Mt 10, 28).

Os agradezco las oraciones, que me ayudan a llegar a la madurez que debe ser mi parte en Jesucristo crucificado y resucitado para bien de la Iglesia y salvación mía. A todos vosotros y a vuestros seres queridos doy la bendición apostólica.

(A los peregrinos holandeses provenientes de la diócesis de Roermond)

Muy de corazón saludo ahora al obispo de Roermond (Holanda), mons. Gijsen, y a los componentes de la segunda peregrinación de Roermond, en especial a los participantes en un curso de catequesis de adultos. Que esta visita con vuestro obispo a Roma y al Vicario de Cristo, sirva para vivificar vuestra fe y reforzar vuestra adhesión a la Iglesia de Roma. Mi bendición apostólica a todos vosotros y a los seres queridos que tenéis en Holanda.

(A los peregrinos polacos

La audiencia de hoy cae en el 4 de noviembre, día en que toda la Iglesia celebra a San Carlos Borromeo. San Carlos Borromeo es mi Patrón. He recibido la vida gracias a mis padres y recibí el nombre de San Carlos en el bautismo en la parroquia de Wadowice. Recuerdo todo esto con gratitud a Dios y a los hombres, y recuerdo al mismo tiempo cuanto ha constituido mi vida de hombre y de cristiano; y lo confronto con la trama de los designios de Dios que se iba expresando poco a poco en mi vida y sigue expresándose ahora. Sobre todo tengo en la mente lo ocurrido el 13 de mayo, que ha dado mucho que pensar a todos y, obviamente, a mí; el evento que me ha impulsado a mirar mi vida, de hombre y de cristiano aún más a la luz del Evangelio, por ejemplo a la luz de las palabras sobre el grano de trigo que debe morir para dar fruto, y también a la luz de las palabras "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla" (Mt 10, 28).

Estas son las reflexiones de hoy que comparto en su lengua con cada uno de los participantes en esta audiencia general, y las comparto también ahora con vosotros, queridos compatriotas. Os doy las gracias de vuestra presencia y oraciones. Me sigo encomendando a vuestras oraciones; a ellas encomiendo mi ministerio en la Sede de Pedro en Roma, mi servicio a toda la Iglesia. A estas oraciones en las que participo yo también ardientemente, encomiendo nuestra querida patria y todas sus cosas. Cuando volváis a vuestra familia, parroquia y comunidad, repetid lo que estoy diciendo; repetidlo en Polonia entera y entre los emigrados.

(En inglés)

Doy cordial bienvenida a todos los visitantes de lengua inglesa de Inglaterra y Gales, Irlanda, Suecia, Canadá y Estados Unidos. Mi reflexión de hoy versa sobre San Carlos Borromeo, cuyo nombre recibí en el bautismo. Fue obispo santo y santo maestro, y nos da ejemplo de entrega total a Cristo y a la Iglesia. Al contemplar mi vida desde la perspectiva de la consagración de mi bautismo y a través del ejemplo de mi santo Patrono, reitero mi agradecimiento a cuantos me han sostenido con sus oraciones y sacrificios durante los últimos meses. Estoy hondamente agradecido y espero alcanzar con vuestra ayuda la plena madurez en Cristo crucificado y resucitado.

De nuevo saludo otra vez a los miembros de la "Across Trust", con gratitud por su interés hacia los enfermos de Gales, a los que abrazo hoy con gran afecto. Recordad que Nuestro Señor Jesucristo está con vosotros en todos vuestros sufrimientos. El os ama profundamente y su Madre María está a vuestro lado.

(En francés)

Queridos hermanos y hermanas: Al acoger aquí muy de corazón a los peregrinos de lengua francesa, expreso mi gratitud a todos los que me han sostenido con su oración después del atentado. Les invito a seguir rezando por mí, especialmente hoy en esta fiesta de San Carlos Borromeo, cuyo nombre recibí en el bautismo. Este Santo Pastor, maestro iluminado y legislador sabio, que presidió los trabajos del Concilio de Trento en calidad de delegado y llevó a efecto la aplicación de los mismos en su gran diócesis de Milán, es ejemplo y estímulo para todos, especialmente para mí que tomé parte en el Concilio Vaticano II y procuré ponerlo por obra. Me sostenga él a través de las pruebas y entrega de mi vida como Pastor de esta Iglesia que preside en la caridad, y me obtenga llegar a la madurez plena en Cristo crucificado y resucitado.

Doy la bienvenida a los grupos varios de peregrinos, en especial a las religiosas, los jóvenes y las familias.

(A los miembros del Comité Europeo para la enseñanza católica)

Me complazco en saludar especialmente a los miembros del Comité europeo de la enseñanza católica, reunidos en Roma. Queridos amigos: Con todos los Pastores de la Iglesia y, sobre todo, con los que afrontan mayores dificultades, estoy convencido, y vosotros también, no sólo de que la escuela católica presta una aportación particular en el sostenimiento de la fe de los cristianos y en la iluminación de otros en este camino al proporcionar enseñanza profunda y adecuada en los campos varios, sino que llama a testimoniar el mensaje evangélico en las nuevas condiciones de la enseñanza y frente a los cambios del mundo; y por tanto ocupa un lugar privilegiado entre las otras escuras.

Por consiguiente, es necesario que los responsables europeos de la enseñanza católica mantengan unidad de reflexión y acción con dos metas sobre todo; por una parte, defender la libertad de enseñanza, que es uno de los derechos humanos de la persona y la familia; y por otra parte —ya que esta enseñanza tiene sus exigencias—, delinear un proyecto educativo inspirado en valores cristianos que prepare a los jóvenes a las responsabilidades de la vida y formar, al mismo tiempo, profesores que lleven a efecto en equipo este estilo educativo en los diferentes centros primarios y secundarios. Los padres, la sociedad y la Iglesia piden esta cualificación. En esta dirección van los deseos y estímulo del Papa que os bendice de todo corazón.

(En italiano)

Está presente en esta audiencia la numerosa peregrinación organizada por la congregación de Hijas del Sagrado Corazón; con ocasión del 150 aniversario de fundación. Así que saludo de corazón a las religiosas aquí presentes, con la superiora general y el consejo, y también a las profesoras y alumnas de sus centros y a los padres de éstas, juntamente con los representantes de grupos parroquiales vinculados a ellas. Me alegro de vuestra presencia y, a la vez que os encomiendo al Señor, os exhorto a una vida de testimonio cristiano cada vez más luminoso.

Un saludo particular va también a los religiosos del "consejo plenario" de la Orden de frailes menores, acompañados del ministro general; espero del Señor que su benemérito compromiso eclesial, siguiendo las huellas de San Francisco, sea todavía más fecundo.

Fuente:  Libreria Editrice Vaticana
Publicado por: O.Revette 04/11/2015 02:59pm
Pastoral de  Comunicación Social San Carlos Borromeo

San Carlos Borromeo Arzobispo de Milán y Cardenal

San Carlos Borromeo
Arzobispo de Milán y Cardenal
Fiesta: 4 de noviembre
Patrón de: Catequistas, Seminaristas

"Carlos" significa "hombre prudente"

Fiestas de San Carlos Borromeo 2014 / Foto: O.Revette

Vida de San Carlos Borromeo
San Carlos Borromeo, un santo que tomó muy en serio las palabras de Jesús; "Quien ahorra su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará".

Era de familia muy rica. Su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. El consideró la muerte de su hermano como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a pedirnos cuentas. Renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y mas tarde Arzobispo de Milán. Aunque no faltan las acusaciones de que su elección fue por nepostismo (era sobrino del Papa), sus enormes frutos de santidad demuestran que fue una elección del Espíritu Santo.

Como obispo, su diócesis que reunía a los pueblos de Lombardía, Venecia, Suiza, Piamonte y Liguria. Los atendía a todos. Su escudo llevaba una sola palabra: "Humilitas", humildad.  El, siendo noble y riquísimo, vivía cerca del pueblo, prívandose de lujos. Fue llamado con razón "padre de los pobres"

San Carlos Borromeo
Decía que un obispo demasiado cuidadoso de su salud no consigue llegar a ser santo y que a todo sacerdote y a todo apóstol deben sobrarle trabajos para hacer, en vez de tener tiempo de sobra para perder.


Para con los necesitados era supremamente comprensivo. Para con sus colaboradores era muy amigable y atento, pero exigente. Y para consigo mismo era exigentísimo y severo.
Fue el primer secretario de Estado del Vaticano (en el sentido moderno).

Fue blanco de un vil atentado, mientras rezaba en su capilla, pero salió ileso, perdonando generosamente al agresor.
Fundó seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios.

Fue amigo de San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino y de varios santos más.

Murió joven y pobre, habiéndo enriquecido enormemente a muchos con la gracia. ……murió diciendo: "Ya voy, Señor, ya voy". En Milán casi nadie durmió esa noche, ante la tremenda noticia de que su queridísimo Cardenal arzobispo, estaba agonizando.


Vida de San Carlos Borromeo

-Fuente: Vidas de los Santos, de Butler, IV


Entre los grandes hombres de la Iglesia que, en los días turbulentos del siglo XVI, lucharon por llevar a cabo la verdadera reforma que tanto necesitaba la Iglesia y trataron de suprimir, mediante la corrección de los abusos y malas costumbres, los pretextos que aprovechaban en toda Europa los promotores de la falsa reforma, ninguno fue, ciertamente, más grande ni más santo que el cardenal Carlos Borromeo. Junto con San Pío V, San Felipe Neri y San Ignacio de Loyola, es una de las cuatro figuras más grandes de la contrareforma. Era un noble de alta alcurnia. Su padre, el conde Gilberto Borromeo, se distinguió por su talento y sus virtudes. Su madre, Margarita, pertenecía a la noble rama milanesa de los Médicis. Un hermano menor de su madre llegó a ceñir la tiara pontificia con el nombre de Pío IV. Carlos era el segundo de los varones entre los seis hijos de una familia. Nació en el castillo de Arona, junto al lago Maggiore, el 2 de octubre de 1538. Desde los primeros años, dió muestras de gran seriedad y devoción. A los doce años, recibió la tonsura, y su tío, Julio Cesar Borromeo, le cedió la rica abadía benedictina de San Gracián y San Felino, en Arona, que desde tiempo atrás estaba en manos de la familia. Se dice que Carlos, aunque era tan joven, recordó a su padre que las rentas de ese beneficio pertenecían a los pobres y no podían ser aplicadas a gastos seculares, excepto lo que se emplease en educarle para llegar a ser, un día, digno ministro de la Iglesia. Despúes de estudiar el latín en Milán, el joven se trasladó a la Universidad de Pavía, donde estudió bajo la dirección de Francisco Alciati, quien más tarde sería promovido al cardenalato a petición del santo. Carlos tenía cierta dificultad de palabra y su inteligencia no era deslumbrante, de suerte que sus maestros le consideraban como un poco lento; sin embargo, el joven hizo grandes progresos en sus estudios. La dignidad y seriedad de su conducta hicieron de él un modelo de los jóvenes universitarios, que tenían la reputación de ser muy dados a los vicios. El conde Gilberto sólo daba a su hijo una parte mínima de las rentas de su abadía y, por las cartas de Carlos, vemos que atravesaba frecuentemente por periodos de verdadera penuria, pues su posición le obligaba a llevar un tren de vida de cierto lujo. A los veintidós años, cuando sus padres ya habían muerto, obtuvo el grado de doctor. En seguida retornó a Milán, donde recibió la noticia de que su tío el cardenal de Médicism había sido elegido Papa en el cónclave de 1559, a raíz de la muerte de Pablo IV.

 A principio de 1560, el nuevo Papa hizo a su sobrino cardenal diácono y, el 8 de febrero, le nombró administrador de la sede vacante de Milán, pero, en vez de dejarle partir, le retuvo en Roma y le confió numerosos cargos. En efecto, Carlos fue nombrado, en rápida sucesión, legado de Bolonia, de la Romaña y de la Marca de Ancona, así como protector de Portugal, de los países bajos, de los cantones católicos de Suiza y además, de las órdenes de San Francisco, del Carmelo, de los Caballeros de Malta y otras más. Lo extraordinario es que todos esos honores y responsabilidades recaían sobre un joven que no había cumplido aún veintitrés años y era simplemente clérigo de órdenes menores. Es increíble la cantidad de trabajo que san carlos podía despachar sin apresurarse nunca, a base de una actividad regular y metódica. Además, encontraba todavía tiempo para dedicarse a los asuntos de su familia, para oír música y para hacer ejercicio. Era muy amante del saber y lo promovió mucho entre el clero, para lo que fundó en el Vaticano, con el objeto de instruir y deleitar a la corte pontificia, una academia literaria compuesta de clérigos y laicos, algunas de cuyas conferencias y trabajos fueron publicados entre las obras de San Carlos con el título de Noctes Vaticanae. Por entonces, juzgó necesario atenerse a la costumbre renacentista que obligaba a los cardenales a tener un palacio magnífico, una servidumbre muy numerosa, a recibir constantemente a los personajes de importancia y a tener una mesa a la altura de las circunstancias. Pero en su corazón, estaba profundamente desprendido de todas esas cosas. Había logrado mortificar perfectamente sus sentidos y su actitud era humilde y paciente. Muchas almas se convierten a Dios en la adversidad; San Carlos tuvo el mérito de saber comprobar la vanidad de la abundancia al vivir en ella y, gracias a eso, su corazón se despegó cada vez más de las cosas terrenas. Había hecho todo lo posible por preveer al gobierno de la diócesis de Milán y remediar los desórdenes que había en ella; en este sentido, el mandato del Papa de que se quedase en Roma le dificultó la tarea. El Venerable Bartolomé de Martyribus, arzobispo de Braga, fue por entonces a la ciudad Eterna y San Carlos aprovechó la oportunidad para abrir su corazón a ese fiel siervo de Dios, a quien indicó: "Ya veis la posición que ocupo. Ya sabéis lo que significa ser sobrino y sobrino predilecto de un Papa y no ignorais lo que es vivir en la corte romana. Los peligros son inmenso. ¿Qué puedo hacer yo, joven inexperto? Mi mayor penitencia es el fervor que Dios me ha dado y, con frecuencia, pienso en retirarme a un monasterio a vivir como si sólo Dios y yo existiésemos". El arzobispo disipó las dudas del cardenal, asegurándole que no debía soltar el arado que Dios le había puesto en las manos para el servicio de la Iglesia, sino que debía, más bien, tratar de gobernar personalmente su diócesis en cuanto se le ofreciese oportunidad. Cuando San Carlos se enteró de que Bartolomé de Martyribus había ido a Roma precisamente con el objeto de renunciar a su arquidiócesis, le pidió explicaciones sobre el consejo que le había dado, y el arzobispo hubo de usar de todo su tacto en tal circunstancia.

Pío IV había anunciado poco después de su elección que tenía la intención de volver a reunir el Concilio de Trento, suspendido en 1552. San Carlos empleó toda su influencia y su energía para que el Pontífice llevase a cabo su proyecto, a pesar de que las circunstancias políticas y eclesásticas eran muy adversas. Los esfuerzos del cardenal tuvieron éxito, y el Concilio volvió a reunirse en enero de 1562. Durante los dos años que duró la sesión, el santo tuvo que trabajar con la misma diplomacia y vigilancia que había empleado para conseguir que se reuniese. Varias veces estuvo a punto de disolverse la asamblea, dejando la obra incompleta, pero, con su gran habilidad y con el constante apoyo que prestó a los legados del Papa, logró que la empresa siguiese adelante. Así pues, en las nueve reuniones generales y en las numerosísimas reuniones particulares se aprobaron muchísimo de los decretos dogmáticos y disciplinarios de mayor importancia. El éxito se debió a San Carlos más que a cualquier otro de los personajes que participaron en la asamblea, de suerte que puede decirse que él fue director intelectual y el espíritu rector de la tercera y última sesión del Concilio de Trento.

En el curso de las reuniones murió el conde Federico Borromeo, con lo cual, San Carlos quedó como jefe de su noble familia y su posición se hizo más dificil que nunca. Muchos supusieron que iba a abandonar el estado clerical para casarse, pero el santo ni siquiera pensó en ello. Renunció a sus derechos en favor de su tío Julio y se ordenó sacerdote en 1563. Dos meses más tarde, recibió la consagración episcopal, aunque no se le permitió trasladarse a su diócesis. Además de todos sus cargos, se le confió la supervisión de la publicación del Catecismo del Concilio de Trento y la reforma de los libros litúrgicos y de la música sagrada; él fue quien encomendó a Palestrina la composición de la Missa Papae Maecelli. Milán que había estado durante ochenta años sin obispo residente, se hallaba en un estado deplorable. El vicario de San Carlos había hecho todo lo posible por reformar la diócesis con la ayuda de algunos jesuitas, pero sin gran éxito. Finalmente, San Carlos consiguió permiso para reunir un concilio provicional y visitar su diócesis. Antes de que partiese, el Papa le nombró legado a latere para toda Italia. El pueblo de Milán le recibió con el mayor gozo y el santo predicó en la catedral sobre el texto "Con gran deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros". Diez Obispos sufragáneos asistieron al sínodo, cuyas decisiones sobre la observancia de los decretos del Concilio de Trento, sobre la diciplina y la formación del Clero, sobre la celebración de los divinos oficios, sobre la administración de los sacramentos, sobre la enseñanza dominical del catecismo y sobre muchos otros puntos, fueron tan atinados que el Papa escribió a San Carlos para felicitarle. Cuando el santo se hallaba en el cumplimiento del oficio como legado de Toscana, fue convocado a Roma para asistir a Pío IV en su lecho de muerte, donde también le asistió San Felipe Neri. El nuevo Papa Pío V, pidió a San Carlos que se quedase algún tiempo en Roma para desempeñar los oficios que su predecesor le había confiado, pero el santo aprovechó la primera oportunidad para rogar al Papa que le dejase partir y, supo hacerlo con tal tino, que Pío V le despidió con su bendición.

San Carlos llegó a Milán en abril de 1556 y, en seguida empezó a trabajar enérgicamente en la reforma de su diócesis. Su primer paso fue la organización de su propia casa. Puesto que consideraba el episcopado como un estado de perfección, se mostró sumamente severo consigo mismo. Sin embargo, supo siempre aplicar la discreción a la penitencia para no desperdiciar las fuerzas que necesitaba en el cumplimiento de su deber, de suerte que aun en las mayores fatigas conservaba toda su energía. Las rentas de que disfrutaba eran pingües, pero dedicaba la mayor parte de las obras de caridad y se oponía decididamente a la ostentación y al lujo. En cierta ocasión en que alguien ordenó que le calentasen el lecho, el santo dijo, sonriendo: "La mejor manera de no encontrar el lecho demasiado frío es ir a él más frío de lo que pueda estar". Francisco Panigarola, arzobispo de Asti, dijo en la oración fúnebre por San Carlos: "De sus rentas no empleaba para su propio uso más que lo absolutamente indispensable. En cierta ocasión en que le acompañé a una visita del valle de Mesolcina, que es un sitio muy frío, le encontré por la noche estudiando, vestido únicamente con una sotana vieja. Naturalmente le dije que, si no quería morir de frío, tenía que cubrirse mejor y él sonrió al responderme: 'No tengo otra sotana. Durante el día estoy obligado a vestir la púrpura cardenalicia, pero ésta es la única sotana realmente mía y me sirve lo mismo en el verano que en el invierno' ". Cuando San Carlos se estableció en Milán, vendió la vajilla de plata y otros objetos preciosos en 30,000 coronas, suma que consagró íntegramente a socorrer a las familias necesitadas. Su limosnero tenía orden de repartir entre los pobres 200 coronas mensuales, sin contar las limosnas extraordinarias, que eran muy numerosas. La generosidad de San Carlos dejó un recuerdo inperecedero. Por ejemplo, supo ayudar tan liberalmente al Colegio Inglés de Douai, que el cardenal Allen solía llamar a San Carlos, fundador de la institución. Por otra parte, el santo organizó retiros para su clero. El mismo hacía los Ejercicios Espirituales dos veces al año y tenía por regla confesarse todos los días antes de celebrar la misa. Su confesor ordinario era el Dr. Griffith Roberts, de la diócesis de Bangor, autor de la famosa gramática galesa. San Carlos nombró a otro galés (el Dr. Qwen, quien más tarde llegó a ser obispo de Calabria) vicario general de su diócesis, y llevaba siempre consigo una imagen de San Juan Fisher. Tenía el mayor respeto por la liturgia, de suerte que jamás decía una oración ni administraba ningun sacramento apresuradamente, por grande que fuese su prisa o por larga que resultase la función.

Su espíritu de oración y su amor de Dios dejaban en los otros un gran gozo espiritual, le ganaban los corazones, e infundían en todos el deseo de perseverar en la virtud y de sufrir por ella. Tal fue el espíritu que San Carlos aplicó a la reforma de su diócesis, empezando por la organización de su propia casa. Su casa estaba compuesta de cien personas; la mayor parte eran clérigos, a lo que el santo pagaba generosamente para evitar que recibiesen regalos de otros. En la diócesis se conocía mal la religión y se la comprendía aún menos; las prácticas religiosas estaban desfiguradas por la supertición y profanadas por los abusos. Los sacramentos habían caído en el abandono, porque muchos sacerdotes apenas sabían cómo administrarlos y eran indolentes, ignorantes y de mala vida. Los monasterios se hallaban en el mayor desorden. Por medio de concilios provinciales, sínodos diocesanos y múltiples instrucciones pastorales, San Carlos aplicó progresivamente las medidas necesarias para la reforma del clero y del pueblo. Aquellas medidas fueron tan sabias, que una gran cantidad de prelados las consideran todavía como un modelo y las estudian para aplicarlas. San Carlos fue uno de los hombres más eminentes en teología pastoral que Dios enviara a su Iglesia para remediar los desórdenes producidos por la decadencia espiritual de la Edad Media y por los exesos de los reformadores protestantes. Empleando por una parte la ternura paternal y las ardientes exhortaciones y, poniendo rigurosamente en práctica, por la otra, los decretos de los sínodos, sin distinción de personas, ni clases, ni privilegios, doblegó poco a poco a los obstinados y llegó a vencer dificultades que habrían desalentado aun a los más valientes. San Carlos tuvo que superar su propia dificultad de palabra, a base de paciencia y atención, pues tenía un defecto en la lengua. A este propósito, decía su amigo Aquiles Gagliardi: "Muchas veces me he maravillado de que, aun sin poseer elocuencia natural alguna, sin tener ningún atractivo especial en su persona, haya conseguido obrar tales cambios en el corazón de sus oyentes. Hablaba brevemente, con suma seriedad y apenas se poda oir su voz; sin embargo, sus palabras producían siempre efecto". San Carlos ordenó que se atendiese especialmente a la instrucción cristiana de los niños. No contento con imponer a los sacerdotes la obligación de enseñar públicamente el catecismo todos los domingos y días de fiesta, estableció la Cofradía de la Doctrina Cristiana, que llegó a contar, según se dice, con 740 escuelas, 3.000 catequistas y 40.000 alumnos. Así pues, San Carlos fundó las "escuelas dominicales" dos siglos antes de que Roberto Raikes las introdujese en Inglaterra para los niños protestantes. San Carlos se valió particularmente de los clérigos regulares de San Pablo ("barnabitas"), cuyas constituciones él mismo había ayudado a revisar y, en 1578, fundó una congregación de sacerdotes seculares, llamados Oblatos de San Ambrosio que, por un voto simple de obediencia a su obispo, se ponían a disposición de éste para que los emplease a su gusto en la obra de la salvación de las almas. Pío XI formó parte más tarde de esa congregación, cuyos miembros se llaman actualmente Oblatos de San Ambrosio y de San Carlos.

Pero en todas partes se acogió bien la obra reformadora del santo, quien en ciertos casos tuvo que hacer frente a una oposición violenta y sin escrúpulos. En 1567, tuvo una dificultad con el senado. Ciertos laicos que llevaban abiertamente una vida poco edificante y se negaban a prestar oídos a las exortaciones del santo, fueron aprisionados por orden suya. El senado amenazó, con ese motivo, a los funcionarios de la curia del arzobispo, y el asunto llegó hasta el Papa y Felipe II de España. Entre tanto, el alguacil episcopal fue golpeado y expulsado de la ciudad. San Carlos, después de considerar la cosa maduramente, excomulgó a los que habían participado en el ataque. Finalmente, el fallo sobre este conflicto de juridicción favoreció a San Carlos, ya que en la antigua ley un arzobispo gozaba de cierto poder ejecutivo; pero el gobernador de Milán se negó a aceptar esa decisión. San Carlos partió por entonces a visitar tres valles alpinos: el de Levantina, el de Bregno y La Riviera, que los anteriores arzobispos habían dejado completamente abandonados y donde la corrupción del clero era todavía mayor que la de los laicos, con los resultados que pueden imaginarse. El santo predicó y catequizó por todas partes, destituyó a los clérigos indignos y los reemplazó por hombres capaces de restaurar la fe y las costumbres del pueblo y de resistir a los ataques de los protestantes zwinglianos. Pero sus enemigos de Milán no le dejaron mucho tiempo en paz. Como la conducta de algunos de los canónigos de la colegiata de Santa María della Scala (que pretendían estar exentos de la jurisdicción del ordinario) no correspondiese a su dignidad, San Carlos consultó a San Pío V, quien le contestó que tenía derecho a visitar dicha iglesia y a tomar contra los canónigos las medidas que juzgase necesarias. San Carlos se presentó entonces en la iglesia a hacer la visita canónica; pero los canónigos le dieron con la puerta en las narices y alguien hizo un disparo contra la cruz que el santo había alzado con la mano durante el tumulto. El senado se puso en favor de los canónigos y presentó a Felipe II de España las más virulentas acusaciones contra el arzobispo, diciendo que se había arrogado los derechos del rey, porque la colegiata estaba bajo el patronato regio. Por otra parte, el gobernador de Milán escribió al Papa, amenazando con desterrar al cardenal Borromeo por traidor. Finalmente, el rey escribió al gobernador para que apoyase al arzobispo y los canónigos ofrecieron resistencia algún tiempo, pero acabaron por doblegarse.

Antes de que ese asunto se solucionase, la vida de San Carlos corrió un peligro todavía mayor. La orden religiosa de los humiliati, que contaba ya con muy pocos miembros pero poseía aún muchos monasterios y tierras, se había sometido a las medidas reformadoras del arzobispo, pero los humiliati estaban totalmente corrompidos y su sumisión había sido aparente. En efecto, intentaron por todos los medios conseguir que el Papa anulase las disposiciones de San Carlos y, al fracasar sus intentos, tres priores de la orden tramaron un complot para asesinar a San Carlos. Un sacerdote de la orden, llamado Jerónimo Donati Farina, aceptó hacer el intento de matar al santo por veinte monedas de oro. Se obtuvo esa suma con la venta de los ornamentos de una iglesia. El 26 de octubre de 1569, Farina se apostó a la puerta de la capilla de la casa de San Carlos, en tanto que éste rezaba las oraciones de la noche con los suyos. Los presentes cantaban un himno de Orlando di Lasso y, precisamente en el momento en que entonaban las palabras, "Ya es tiempo de que vuelva a Aquél que me envió", el asesino descargó su pistola contra el santo. Farina consiguió escapar en el tumulto que se produjo, en tanto que San Carlos, pensando que estaba herido de muerte, encomendaba su vida a Dios. En realidad la bala sólo había tocado sus ropas y su manto cardenalicio había caído al suelo, pero el santo estaba ileso. Después de una solemne procesión de acción de gracias, San Carlos se retiró unos días a un monasterio de la Cartuja para consagrar nuevamente su vida a Dios.

Al salir de su retiro, visitó otra vez los tres valles de los Alpes y aprovechó la oportunidad para recorrer también los cantones suizos católicos, donde convirtió a cierto número de zwinglianos y restauró la disciplina en los monasterios. La cosecha de aquel año se perdió y, al siguiente, Milán atravesó por un periodo de carestía. San Carlos pidió ayuda para procurar alimentos a los necesitados y, durante tres meses, dió de comer diariamente a tres mil pobres con sus propias rentas. Como había estado bastante mal de salud, los médicos le ordenaron que modificase su régimen de vida, pero el cambio no produjo ninguna mejoría. Después de asistir en Roma al cónclave que eligió a Gregorio XIII, el santo volvió a su antiguo régimen y así, pronto se recuperó. Al poco tiempo, tuvo un nuevo conflicto con el poder civil de Milán, pues el nuevo gobernador, Don Luis de Requesens, trató de reducir la juridicción local de la Iglesia y de poner en mal al arzobispo con el rey. San Carlos no vaciló en excomulgar a Requesens quien, para vengarse, envió un pelotón de soldados a patrullar las cercanías del palacio episcopal y prohibió que las cofradías se reuniesen cuando no estuviera presente un magistrado. Felipe II acabó por destituir al gobernador. Pero esos triunfos públicos no fueron, por cierto, la parte más importante del "cuidado pastoral" que ensalza el oficio de la fiesta de San Carlos. Su tarea principal consistió en formar un clero virtuoso y bien preparado. En cierta ocasión en que un sacerdote ejemplar se hallaba gravemente enfermo, las gentes comentaron que el arzobispo se preocupaba demasiado por él. El santo respondió: "¡Bien se ve que no sabéis lo que vale la vida de un buen sacerdote!" Ya mencionamos arriba la fundación de los oblatos de San Ambrosio, que tanto éxito tuvieron. Por otra parte, San Carlos reunió cinco sínodos provinciales y once diocesanos. Era infatigable en la visita a las parroquias. Cuando uno de sus sufragáneos le dijo que no tenía nada que hacer, el santo le mandó una larga lista de las obligaciones episcopales, añadiendo después de cada punto: "¿Cómo puede decir un obispo que no tiene nada que hacer?" El santo fundó tres seminarios en la arqudiócesis de Milán, para otros tantos tipos de jóvenes que se preparaban al sacerdocio y exigió en todas partes que se aplicasen las disposiciones del Concilio Tridentino acerca de la formación sacerdotal. En 1575, fue a Roma a ganar la indulgencia del jubileo y, al año siguiente, la instituyó en Milán. Acudieron entonces a la ciudad grandes multitudes de peregrinos, algunos de los cuales estaban contaminados con la peste, de suerte que la epidemia se propagó en Milán con gran virulencia.

El gobernador y muchos de los nobles abandonaron la ciudad. San Carlos se consagró enteramente al cuidado de los enfermos. Como su clero no fuese suficientemente numeroso para asistir a las víctimas, reunió a los superiores de las comunidades religiosas y les pidió ayuda. Inmediatamente se ofrecieron como voluntarios muchos religiosos, a quien San Carlos hospedó en su propia casa. Después escribió al gobernador, Don Antonio de Guzmán, echándole en cara su cobardía, y consiguió que volviese a su puesto, con otros magistrados, para esforzarse en poner coto al desastre. El hospital de San Gregorio resultaba demasiado pequeño y siempre estaba repleto de muertos, moribundos y enfermos a quienes nadie se encargaba de asistir. El espectáculo arrancó lágrimas a San Carlos, quien tuvo que pedir auxilio a los sacerdotes de los valles alpinos, pues los de Milán se negaron, al principio, a ir al hospital. La epidemia acabó con el comercio, lo cual produjo la carestía. San Carlos agotó literalmente sus recursos para ayudar a los necesitados y contrajo grandes deudas. Llegó al extremo de transformar en vestidos para los pobres, los toldos y doseles de colores que solían colgarse desde el palacio episcopal hasta la catedral, durante las precesiones. Se colocó a los enfermos en las casas vacias de las afueras de la ciudad y en refugios improvisados; los sacerdotes organizaron cuerpos de ayudantes laicos, y se erigieron altares en las en las calles para que los enfermos pudiesen asistir a misa desde las ventanas. Pero el arzobispo no se contentó con orar, hacer penitencia, organizar y distribuir, sino que asistió personalmente a los enfermos, a los moribundos y acudió en socorro de los necesitados. Los altibajos de la peste duraron desde el verano de 1576 hasta principios de 1578. Ni siquiera en ese período dejaron los magistrados de Milán de hacer intentos para poner en mal a San Carlos con el Papa. Tal vez algunas de sus quejas no eran del todo infundadas, pero todas ellas revelaban, en el fondo, la ineficacia y estupidez de quienes las presentaban. Cuando terminó la epidemia, San Carlos decidió reorganizar el capítulo de la catedral sobre la base de la vida común. Los canónigos se opusieron y el santo determinó entonces fundar sus oblatos.

En la primavera de 1580, hospedó durante una semana a una docena de jóvenes ingleses que iban de paso hacia la misión de Inglaterra y uno de ellos predicó ante él: era el Beato Rodolfo Sherwin, quien un año y medio más tarde había de morir por la fe en Londres. Poco después, San Carlos le dio la primera comunión a Luis Gonzaga, que tenía entonces doce años. Por esa época viajó mucho y las penurias y fatigas empezaron a afectar su salud. Además, había reducido las horas de sueño y el Papa hubo de recomendarle que no llevase demasiado lejos el ayuno cuaresmal. A fines de 1583, San Carlos fue enviado a Suiza como visitador apostólico y en Grisons tuvo que enfrentarse no sólo contra los protestantes, sino también contra un movimiento de brujas y hechiceros. En Roveredo, el pueblo acusó al párroco de practicar la magia y el santo se vio obligado a degradarle y entregarle al brazo secular. No se avergonzaba de discutir pacientemente sobre puntos teológicos con las campesinas protestantes de la región y, en cierta ocasión, hizo esperar a su comitiva hasta que consiguió hacer aprender el Padrenuestro y el Avemaría a un ignorante pastorcito. Habiendose enterado de que el duque Carlos de Saboya había caído enfermo en Vercelli, fue a verle inmediatamente y le encontró agonizante. Pero, en cuanto entró en la habitación del duque, éste exclamó: "¡Estoy curado!" El santo le dió la comunión al día siguiente. Carlos de Saboya pensó siempre que había recobrado la salud gracias a las oraciones de San Carlos y, después de la muerte de éste, mandó colgar en su sepulcro una lámpara de plata.

En el año de 1584, decayó más la salud del santo. Después de fundar en Milán una casa de convalecencia, San Carlos partió en octubre, a Monte Varallo para hacer su retiro annual, acompañado por el P. Adorno, S. J. Antes de partir, había predicho a varias personas que le quedaba ya poco tiempo de vida. En efecto, el 24 de octubre se sintió enfermo y, el 29 del mismo mes, partió de regreso a Milán, a donde llegó el día de los fieles difuntos. La víspera había celebrado su última misa en Arona, su ciudad natal. Una vez en el lecho, pidió los últimos sacramentos "inmediatamente" y los recibió de manos del arcipreste de su catedral.
Al principio de la noche del 3 al 4 de noviembre, murió apaciblemente, mientras pronunciaba las palabras "Ecce venio". No tenía más que cuarenta y seis años de edad. La devoción al santo cardenal se propagó rápidamente. En 1601, el cardenal Baronio, quien le llamó "un segundo Ambrosio", mandó al clero de Milán una orden de Clemente VIII para que, en el aniversario de la muerte del arzobispo, no celebrasen misa de requiem, sino una misa solemne.

San Carlos fue oficialmente canonizado por Paulo V el 1ro de noviembre de 1610.

Fuente: Corazones . org
Publicado por: O.Revette 04/11/2015 02:43pm
Pastoral de Comunicación Social San Carlos Borromeo