Autor: Padre Carlos Padilla
A veces buscamos la persona que nos dé soluciones, aquel que parece tener la varita mágica para cambiar nuestra vida. Tenemos necesidades concretas. Buscamos soluciones concretas.
Así suele ser en la vida de la fe. La homilía que más me llega. El grupo en el que estoy más cómodo y más aprendo. La comunidad ideal que calma mi necesidad de ser comunitario, de tener hogar, de echar raíces. La persona que colma todos mis anhelos.
Buscamos milagros concretos. Queremos soluciones inmediatas. A veces nos apegamos así a Jesús cuando da respuesta a nuestras necesidades inmediatas. Lo buscamos porque hemos comido, porque hemos sido curados.
Muchas veces nuestra espiritualidad se ha reducido a buscar a Dios en necesidades concretas. Le pedimos, le suplicamos. Queremos milagros. Nuestra oración está llena de preocupaciones y anhelos. Nuestra oración es de petición exclusivamente.
Me gustaría rezar con la esperanza con la que reza esta persona:
“Espero tejer con calma el alba que te sostenga. Un madero, una piedra, un espacio entre los dedos y la arena que se escapa. La vida, el amor, la paz. El cielo lleno de estrellas. Confiando en que la vida se compone de renuncias, de pasos graves, de sonrisas misteriosas, de abrazos callados, de descansos del alma.
Tal vez tengo miedo de sobrar, de no hacer falta. Me asusta ser prescindible y que el mundo siga su curso sin lamentar mi pérdida. Me da miedo no ser visto, ser invisible, pasar desapercibido, tener que tocar el manto sabiendo que no me han visto. Me asusta el anonimato de la vida. La desintegración de tantos sueños.
Quiero inventar pozos de agua y torres que dejen ver, a lo lejos, el horizonte del mar cuando cae en catarata. Quiero dar más luz que el sol, con mi vida que es caduca. Vano intento de mis manos, que apenas alzan el vuelo.
Sueño con ventanas claras, llenas de estrellas y sueños. Con cristales que no toco cuando atravieso los cielos. Sé que no puedo encontrarme si no me busco con ganas. Sé que la vida se escapa cuando no sigo tus pasos”.
Con miedos concretos, y con anhelos. Con sueños imposibles. No queremos quedarnos en la petición, sino ir más lejos. A veces somos cristianos que sólo piden y no dan nada.
Somos consumistas religiosos. No buscamos a Dios para darle las gracias, para alabarle, para darle gloria. No lo buscamos para reconocer su grandeza, para mostrar nuestra pequeñez. No lo buscamos para ponernos a su servicio y ofrecernos para que haga con nosotros lo que Él quiera.
“Dadle vosotros de comer”. Eso es lo que nos pide. Y nosotros sólo lo buscamos con el corazón inquieto y pedigüeño. Tenemos más hambre y más sed. Nos preocupa la vida. Queremos que nos solucione todos nuestros problemas. ¿Cómo es normalmente mi oración?
Así suele ser en la vida de la fe. La homilía que más me llega. El grupo en el que estoy más cómodo y más aprendo. La comunidad ideal que calma mi necesidad de ser comunitario, de tener hogar, de echar raíces. La persona que colma todos mis anhelos.
Buscamos milagros concretos. Queremos soluciones inmediatas. A veces nos apegamos así a Jesús cuando da respuesta a nuestras necesidades inmediatas. Lo buscamos porque hemos comido, porque hemos sido curados.
Muchas veces nuestra espiritualidad se ha reducido a buscar a Dios en necesidades concretas. Le pedimos, le suplicamos. Queremos milagros. Nuestra oración está llena de preocupaciones y anhelos. Nuestra oración es de petición exclusivamente.
Me gustaría rezar con la esperanza con la que reza esta persona:
“Espero tejer con calma el alba que te sostenga. Un madero, una piedra, un espacio entre los dedos y la arena que se escapa. La vida, el amor, la paz. El cielo lleno de estrellas. Confiando en que la vida se compone de renuncias, de pasos graves, de sonrisas misteriosas, de abrazos callados, de descansos del alma.
Tal vez tengo miedo de sobrar, de no hacer falta. Me asusta ser prescindible y que el mundo siga su curso sin lamentar mi pérdida. Me da miedo no ser visto, ser invisible, pasar desapercibido, tener que tocar el manto sabiendo que no me han visto. Me asusta el anonimato de la vida. La desintegración de tantos sueños.
Quiero inventar pozos de agua y torres que dejen ver, a lo lejos, el horizonte del mar cuando cae en catarata. Quiero dar más luz que el sol, con mi vida que es caduca. Vano intento de mis manos, que apenas alzan el vuelo.
Sueño con ventanas claras, llenas de estrellas y sueños. Con cristales que no toco cuando atravieso los cielos. Sé que no puedo encontrarme si no me busco con ganas. Sé que la vida se escapa cuando no sigo tus pasos”.
Con miedos concretos, y con anhelos. Con sueños imposibles. No queremos quedarnos en la petición, sino ir más lejos. A veces somos cristianos que sólo piden y no dan nada.
Somos consumistas religiosos. No buscamos a Dios para darle las gracias, para alabarle, para darle gloria. No lo buscamos para reconocer su grandeza, para mostrar nuestra pequeñez. No lo buscamos para ponernos a su servicio y ofrecernos para que haga con nosotros lo que Él quiera.
“Dadle vosotros de comer”. Eso es lo que nos pide. Y nosotros sólo lo buscamos con el corazón inquieto y pedigüeño. Tenemos más hambre y más sed. Nos preocupa la vida. Queremos que nos solucione todos nuestros problemas. ¿Cómo es normalmente mi oración?
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