Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano. Los hombres, ciertamente, con sus juicios se detienen en la superficie, mientras que el Padre mira el interior.
¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están motivadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme.
No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo.
Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad".
"Francisco, obispo de Roma, siervo de los siervos de Dios, a cuantos lean esta carta: gracia, misericordia y paz".
(De la Bula Misericordiae Vultus -El rostro de la misericordia-, mediante la que el Papa convocó el Jubileo de la Misericordia el pasado 11 de abril).
Articulo publicado por Daniel Da Costa
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